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A mitad del otoño empiezan las primeras nieves. Como siempre South Park se viste de blanco y los habitantes sacan abrigos, gorros y guantes, pero sobre todo las palas para despejar sus entradas. Pero la gente de este pequeño pueblo de montaña está demasiado acostumbrada al frío y nadie les impide seguir con sus vida cotidiana.
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Pip Pirrup - Post de Prueba.
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Pip Pirrup - Post de Prueba.
Era una fría mañana en el pueblo de Colorado; los copos de nieve danzaban en el aire de forma amena y delicada, hasta llegar al suelo y el pequeño ingles despertó como usualmente lo hacía. Abrió sus orbes celestes lentamente y procedió a apagar el tormentoso despertador, que sonaba de forma persistente; impidiendo que el menor sucumbiera nuevamente ante los brazos de Morfeo. Se levantó de la desarreglada cama de la habitación que compartía con su abusiva hermana y con la pareja de la chica. Claramente, ninguno tenia una habitación aparte, ellos eran una familia humilde; por eso no contaban con esa clase de privilegios.
No pudo evitar sorprenderse, al notar, que ninguno de los dos se encontraban en el lugar. Aun así, el chico no le tomo mucha atención al asunto, tenía que apresurarse si no quería llegar tarde a su primer día de clases. Sin embargo, sus ánimos no se lo permitían y aunque intentara todo lo posible por salir adelante y sonreír como era de costumbre; no podía negar que extrañaba su país natal, a sus fallecidos padres y a la hermosa señorita, Estella Havisham; que aunque era una chica vanidosa y fría, supo perfectamente cómo llegar y adueñarse del inocente corazón del joven inglés… maniobrándolo a su completo antojo, con muchísima pericia. Como también lo había hecho con sus anteriores pretendientes de la clase alta de Londres; cabe destacar.
Se desprendió de su pijama y enseguida, se adentró al baño a darse una ducha. La necesitaba, para no seguir pensando en la rubia que le robo su corazón; así como también necesitaba su exquisita taza de té caliente, para comenzar de buena manera el día. Luego de bañarse, enseguida se dirigió a su armario. El cual, estaba aglomerado de prendas victorianas y clásicas de antaño. Tomo su clásica camisa blanca, pantaloncillos cortos, su amado abrigo con tonalidades otoñales y su característico corbatín. Seguidamente, se acercó al espejo y comenzó a peinarse el cabello; el cual caía como una cascada dorada hasta más abajo del mentón y por último, coloco encima de su cabeza, lo que no podía faltar en su atuendo, su boina color chocolate.
Ahora que se encontraba listo, salió de su alcoba, se preparó una taza de té caliente y tomo unas cuantas galletas del refrigerador, para llevarlas al instituto de merienda; tal vez así, podía endulzar un poco su día. No quería ir a ese lugar, porque sabía exactamente lo que le esperaba allá. Intuía que se reencontraría con aquellas personas que lo lastimaron, humillaron y maltrataron hasta el cansancio; hiriendo así su pequeño corazón y usándolo como bolsa se boxeo sin piedad, ni clemencia. Esas malas personas que le dejaron un trauma permanente tanto en el pecho como en su cabeza; cicatrices que eran difíciles de borrar o al menos disimular con el paso de los años.
—Espero que todo sea diferente ahora, que todos hemos crecido. —Susurro para sí mismo y se encomendó a Dios, para que fuera así. Pero aquel día, era de esperarse, que sus oraciones no fueran escuchadas; ya que, al abrir la puerta principal de su residencia, se encontró nada más y nada menos que con el que menos esperaba, con mismísimo anticristo.
—¿D-Damien?...¿Qué hace aquí? —Tragó saliva al verlo y cuando le tuvo a escasos centímetros, se estremeció del miedo. Damien no sólo era intimidante porque su padre era el mismísimo Lucifer, sino porque incluso él era peor que Satanás. Su mirada carmín daba la impresión de que le mataría... Y su cuerpo, alto, musculoso. Le aterraba. Aún más, porque el rubio era de esos debiluchos de cuerpos casi femeninos.
No sabía que hacer o que decir en ese momento y el joven cabellos de ébano al darse cuenta de eso, solo le dedico una escalofriante y traviesa sonrisa. No le dijo nada, simplemente se desvaneció así de la misma manera que había aparecido frente a él. Dejando al rubio atónito ante la situación y con su cabeza llena de dudas. Era claro que ese día no seria para nada normal, como tanto lo esperaba; salió de su residencia, cerró la puerta tras sí, para encaminarse al instituto. —C-Creo que este será un largo día.
No pudo evitar sorprenderse, al notar, que ninguno de los dos se encontraban en el lugar. Aun así, el chico no le tomo mucha atención al asunto, tenía que apresurarse si no quería llegar tarde a su primer día de clases. Sin embargo, sus ánimos no se lo permitían y aunque intentara todo lo posible por salir adelante y sonreír como era de costumbre; no podía negar que extrañaba su país natal, a sus fallecidos padres y a la hermosa señorita, Estella Havisham; que aunque era una chica vanidosa y fría, supo perfectamente cómo llegar y adueñarse del inocente corazón del joven inglés… maniobrándolo a su completo antojo, con muchísima pericia. Como también lo había hecho con sus anteriores pretendientes de la clase alta de Londres; cabe destacar.
Se desprendió de su pijama y enseguida, se adentró al baño a darse una ducha. La necesitaba, para no seguir pensando en la rubia que le robo su corazón; así como también necesitaba su exquisita taza de té caliente, para comenzar de buena manera el día. Luego de bañarse, enseguida se dirigió a su armario. El cual, estaba aglomerado de prendas victorianas y clásicas de antaño. Tomo su clásica camisa blanca, pantaloncillos cortos, su amado abrigo con tonalidades otoñales y su característico corbatín. Seguidamente, se acercó al espejo y comenzó a peinarse el cabello; el cual caía como una cascada dorada hasta más abajo del mentón y por último, coloco encima de su cabeza, lo que no podía faltar en su atuendo, su boina color chocolate.
Ahora que se encontraba listo, salió de su alcoba, se preparó una taza de té caliente y tomo unas cuantas galletas del refrigerador, para llevarlas al instituto de merienda; tal vez así, podía endulzar un poco su día. No quería ir a ese lugar, porque sabía exactamente lo que le esperaba allá. Intuía que se reencontraría con aquellas personas que lo lastimaron, humillaron y maltrataron hasta el cansancio; hiriendo así su pequeño corazón y usándolo como bolsa se boxeo sin piedad, ni clemencia. Esas malas personas que le dejaron un trauma permanente tanto en el pecho como en su cabeza; cicatrices que eran difíciles de borrar o al menos disimular con el paso de los años.
—Espero que todo sea diferente ahora, que todos hemos crecido. —Susurro para sí mismo y se encomendó a Dios, para que fuera así. Pero aquel día, era de esperarse, que sus oraciones no fueran escuchadas; ya que, al abrir la puerta principal de su residencia, se encontró nada más y nada menos que con el que menos esperaba, con mismísimo anticristo.
—¿D-Damien?...¿Qué hace aquí? —Tragó saliva al verlo y cuando le tuvo a escasos centímetros, se estremeció del miedo. Damien no sólo era intimidante porque su padre era el mismísimo Lucifer, sino porque incluso él era peor que Satanás. Su mirada carmín daba la impresión de que le mataría... Y su cuerpo, alto, musculoso. Le aterraba. Aún más, porque el rubio era de esos debiluchos de cuerpos casi femeninos.
No sabía que hacer o que decir en ese momento y el joven cabellos de ébano al darse cuenta de eso, solo le dedico una escalofriante y traviesa sonrisa. No le dijo nada, simplemente se desvaneció así de la misma manera que había aparecido frente a él. Dejando al rubio atónito ante la situación y con su cabeza llena de dudas. Era claro que ese día no seria para nada normal, como tanto lo esperaba; salió de su residencia, cerró la puerta tras sí, para encaminarse al instituto. —C-Creo que este será un largo día.
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Phillip "Pip" Pirrup- Mensajes : 137
Fecha de inscripción : 09/08/2014
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